viernes, 18 de mayo de 2012

tipos de textos narratibos


El cuento es una narración breve de carácter ficcional protagonizada por un grupo reducido de personajes y con un argumento sencillo. No obstante, la frontera entre cuento largo y una novela corta no es fácil de trazar.
El cuento es transmitido en origen por vía oral o escrita


La vieja aterradora


Todos le teníamos miedo a doña Dorotea. La muy amargada -por no decir malvada - odiaba especialmente a los niños, y vigilaba su patio como un perro guardián. En su terreno tenía unos inmensos árboles frutales: manzanos, durazneros, naranjos, higueras, y bastaba mirarlos un rato para que la vieja saliera de algún lado amenazando con un palo o una escoba. Las frutas crecían, maduraban y se pudrían en los árboles, y la vieja que no regalaba ni una, y no hay nada más tentador para un niño que algo prohibido, y el barrio era muy humilde.

Parecía que no dormía aquella vieja, pues había frustrado varias incursiones nocturnas a su huerto.
Un día gris de invierno la vieja murió. Al otro día, un grupo de amigos nos reunimos cerca de la casa de la vieja. Jugamos a las canicas un rato mientras espiábamos disimuladamente hacia todos lados.
Cuando la calle estuvo despejada, me pasaron una bolsa de arpillera y me metí al huerto por un hueco que había en el tejido.
Mientras cosechaba, los otros hacían que jugaban, y cuando alguien se acercaba por la calle me hacían una seña convenida, y yo me ocultaba donde podía, luego volvía a la recolección.

Arrastrando la bolsa llena de frutas, me dirigía al cerco de tejido, cuando al pasar bajo un naranjo sentí que una mano se apoyaba en mi hombro, para luego arañarme hasta la espalda. Instantáneamente recordé las manos huesudas de la vieja Dorotea y sus uñas largas. Más que un grito lancé una especie de chillido, por el terror que sentí; corrí y crucé el tejido no sé como. Al mirar hacia atrás vi que una rama del naranjo, llena de espinas, aún se balanceaba, y pensé que me había enganchado en ella, además en el huerto no había nadie. A pesar del susto no solté la bolsa, y mis amigos, que habían huido al escuchar el grito, enseguida regresaron para compartir el botín.

El arañazo de la espalda me ardía terriblemente, por eso tuve que inventarle un cuento a mi madre para justificar la herida. Como no era raro que me lastimara me llevó a un doctor sin indagar mucho.
Recuerdo que al revisar la herida el doctor se miró con la enfermera, y después la enfermera apareció con un policía. Un rato después, mi madre, el policía y el doctor, me preguntaban quién me había arañado, pues según la experiencia del doctor, la herida la había producido la mano de una persona, y no una rama con espin
leyendas:
Los primeros dioses
Los más antiguos mexicanos creían en un dios llamado Tonacatecuhtli, quien tuvo cuatro hijos con su mujer Tonacacihuatl.
El mayor nació todo colorado y lo llamaron Tlatlauhqui. El segundo nació negro y lo llamaron Tezcatlipoca. El tercero fue Quetzalcóatl.
El más pequeño nació sin carne, con los puros huesos, y así permaneció durante seis siglos. Como era zurdo lo llamaron Huitzilopochtli. Los mexicanos lo consideraron un dios principal por ser el dios de la guerra.
Según nuestros antepasados, después de seiscientos años de su nacimiento, estos cuatros dioses se reunieron para determinar lo que debían hacer.
Acordaron crear el fuego y medio sol. Pero como estaba incompleto no relumbraba mucho. Luego crearon a un hombre y a una mujer y los mandaron a labrar la tierra. A ella también le ordenaron hilar y tejer, y le dieron algunos granos de maíz para que con ellos pudiera adivinar y curar.
De este hombre y de esta mujer nacieron los maceguales, que fueron la gente trabajadora del pueblo.
Los dioses también hicieron los días y los repartieron en dieciocho meses de veinte días cada uno. De ese modo el año tenía trescientos sesenta días.
Después de los días formaron el infierno, los cielos y el agua. En el agua dieron vida a un caimán y de él hicieron la tierra. Entonces crearon al dios y a la diosa del agua, para que enviaran a la tierra las lluvias buenas y las malas.
Y así fue como dicen que los dioses hicieron la vida.

novelas:
La chica del café
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Era una mañana fría, no hacía mucho sol pero el clima era agradable. Me dirigía al centro de la ciudad. Al caminar observaba como la gente corría a sus compromisos, los niños a sus escuelas, los puestos ambulantes comenzaban a abrir. Seguí mi camino hacia el café-bar. Que siempre estaba acostumbrado a ir. Al tomar asiento pedí el menú para ver que me ofrecían. De momento me distraje y me desconecte de la realidad. Una voz tierna me preguntó:
-¿Qué desea tomar?-
Al verle su cara para hacer mi pedido, vi que era muy linda, aproximadamente de 18 años. Me quedé corto de palabras y le conteste:
-Haaa, quiero un café y donas, por favor,-
Cuando volvió con mi orden me sonrió de tal manera que me sentí algo apenado. Al retirarme del café-bar sólo pensaba en ella. Una y otra vez en su linda voz y su mirada alegre. A pesar de este episodio tan breve, paso por un momento en mi cabeza si la volvería a ver. Pasaron los días y ni aun así dejé de pensar en ella. Eran muy pocas las veces que la veía, pero esas ocasiones las miradas de ambos se cruzaban siempre tratando de dar un mensaje, un aviso o un sentimiento.

No sabía si aquella joven sentía lo mismo que yo: amor que nació y que fue creciendo poco a poco. Cierto día en el que me encontraba por el parque, me tope con la muchacha, esta vez se veía más alegre. Se dirigió hacia a mí y me dijo:
-hola, te he estado buscando: es que la última vez que fuiste al café olvidaste tu libro- Apenado le conteste: -gracias y disculpa por las molestias que te cause.-
-no te preocupes- me contesto con risueño. Con el tiempo nos empezamos a conocer. Cada vez sentía yo que aquel sentimiento crecía y crecía.

Tuve que salir de la ciudad. Estuve fuera tres años. En donde todo ese tiempo pensaba en ella, su linda voz, su personalidad. Las cartas que le mandaba no tuvieron respuesta: así que por un tiempo me resigné.

Al llegar a mi ciudad lo primero que hice fue ir a buscarla, más no me daban razón de ella. Cuando creí que ya había perdido todo, a lo lejos vi aquella muchacha. Se veía diferente, la dicha que tenía desapareció, su belleza que la caracterizaba se estaba marchitando poco a poco. Me acerqué y le dije:
-hola, como estás-

Ella, con la poca alegría que tenía me contesto:
-hola, pensé que ya no volverías.-
Platicamos sobre lo que paso en todo este tiempo. Yo sentía que algo me ocultaba; trataba de saber más pero ella me lo impedía. Después de un mes estaba en mi trabajo. Al ver en el

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